jueves, agosto 17, 2006

Puerperio



















Bruno Marcos
Estamos en un periodo inconcreto, fuera del espacio y el tiempo, despiertos durante horas nocturnas, dormidos por los rincones más inverosímiles. Nadie puede imaginar cuánto ruido hacen las cosas de su casa hasta que pende sobre él la espada de Damocles del llanto de un recién nacido. Me estoy transformando en ese animalillo flemático, ceremonioso, estoico e impasible que trepa por los árboles a cámara lenta y que apodamos perezoso. Descalzo, mal dormido y mal despierto, a medio vestir o a medio desvestir, me desplazo sigilosamente y como en una compulsión cinematográfica me recreo en las imágenes congeladas de mi propio cuerpo retrepando por los muebles hasta alcanzar el lecho, como si ese desplome fuera siempre el definitivo abrazo de morfeo pero del que, ineluctablemente, he de levantarme a los pocos minutos 8, 10, 20 veces.
Y el susurro a todas horas, incluso el otro día al ir a inscribir al niño en el registro le susurré a la funcionaria que me contestó con un pitido.
Es sorprendente que una persona tan reservada como yo, tan tímida, tenga tantos amigos. Enciendo el teléfono de rato en rato y no paran los mensajes de felicitación. Gracias a todos.
Bliset me acusa de percibir mi incipiente paternidad como un revisionismo, desde mi propio biografismo. Tiene razón y en cierto modo me alegro de haber reconocido ese narcisismo vicario a tiempo (véase la cita de Umbral de ayer). No obstante el yo sufre una retirada arrasadora después de la paternidad, el yo, tan costosamente construido a lo largo de lustros, se siente como pasajero en un barco a la deriva agarrándose a los palos en plena marejada de llantos y lactancias. Tal vez ese es otro regalo, dejarse naufragar del yo.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

que el llanto te sea leve

agosto 18, 2006 12:26 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

gracias malaquías

agosto 24, 2006 4:59 p. m.  

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